Controlar vs Acompañar: desafíos de la crianza en la adolescencia

Nota del Diario Perfil publicada el 15 de noviembre de 2023

Autor: Espacio Colibrí

Hay una canción que se llama “Si quieres, te acompaño en el camino” que dice “Pero hasta en dirección equivocada, lo mío es ir contigo, compañero”. Fue escrita por un sacerdote y músico argentino y habla de una actitud muy poderosa y desafiante: la decisión de acompañar al otro de manera incondicional.  

En Espacio Colibrí, recibimos a padres y madres que, llegada la adolescencia, se ven frente a nuevos desafíos que no saben cómo resolver.  Muchos se preguntan: “¿Cómo hago para que mi hijo colabore con las tareas de la casa?”, o “Quiero que estudie y haga sus tareas del colegio, pero no las hace”, o también, “Quedamos en que vuelva a las 2 am pero llegó más tarde y no avisó“. En estas situaciones, la mayoría de los adultos suele oscilar entre dos actitudes: controlar o acompañar.

El control puede estar asociado al cuidado y la protección. Aparecen frases como: “Yo soy tu padre y esto lo hago por tu bien”. Sin embargo, esta actitud nace más del miedo personal que de la preocupación por el otro. Cuando controlamos, el foco pasa a estar en nosotros y en el resultado (“¿Lo hizo o no lo hizo -como yo quería que se haga-?”). Solemos acercarnos desde frases imperativas y con condiciones, como por ejemplo: “Si no haces la tarea, mañana no salís”.

Cuando controlamos, creemos que cuanto más gritamos y penitencias ponemos, más cerca estamos de lograr eso que esperamos. Sin embargo, mantenernos en esta postura suele ser muy exigente y difícil de sostener. Cuando esto ocurre, el desgaste es tan grande que muchos padres terminan recurriendo al autoritarismo (“¡Esto es así porque yo lo digo!”) o a la resignación (“¿Sabes qué? ¡Hacé lo que quieras!”).

Acompañar, por el contrario, es una actitud que nace de la confianza, en nuestras capacidades como padres y en las de nuestros hijos. Acompañamos cuando reconocemos que hay un otro con modos, procesos y características diferentes a los mías. Esta diferenciación es la que permite discernir a qué estar atentos a la hora de establecer límites o crear nuevos acuerdos. Si controlar es esperar que el otro siga nuestras órdenes, sin dudar ni cuestionar, acompañar es una invitación a hacer preguntas, dando espacio para la reflexión que les permita a los adolescentes ser protagonistas en la búsqueda de soluciones. 

Las neurociencias muestran que estas actitudes (controlar y acompañar) están relacionadas con distintas partes del cerebro. Controlar tiene que ver con el miedo, una emoción que surge de nuestro cerebro más antiguo, el reptiliano, que se encarga de la supervivencia. El miedo ve al otro como un enemigo, promoviendo la desconfianza y la competencia. Por el contrario, acompañar nace de la confianza, una emoción relacionada con nuestro cerebro social, el más evolucionado, que ve en el otro a una persona con la que es posible colaborar y trabajar. Según desde dónde y cómo nos acerquemos a nuestros hijos, vamos a conectar con lados muy distintos de ellos.

Para terminar, hay un poema de Machado que dice “Caminante, no hay camino: se hace camino al andar”.  Esta frase nos aporta una pista de por qué muchas veces caemos en el control. Y es que acompañar tiene que ver con abrazar y respetar la libertad de ese hijo adolescente, que es un otro distinto a mí y al “niño que era antes”. Solo será posible acompañarlo si nos animamos a soltar los “deberías” para caminar junto a ellos en un vínculo de confianza y seguridad, que los anime a explorar el mundo y, también, a volver a nosotros las veces que lo necesiten.

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